Pacifico

miércoles, 13 de junio de 2007

Elle arranco el carro con dirección a California, el viento calido traia recuerdos del mar a su memoria y en la oscuridad de la noche la música resonaba en las bocias del auto. Luces altas y bajas se oponían una y otra en la autopista, la radio se iba diluyendo en estatica constante a medida que ella se alejaba de la civilización. Una vieja estación de gasolina señalaba con luces de neon que era la ultima en varios centenares de kilómetros, una vieja y desdeñosa cafetería se erigía como un monumento al tiempo y la resistencia en medio del desierto que era bañado por una noche cerrada en la que escasamente iluminaban algunas estrellas. Acerco el carro a la estación de gasolina y descendió, un viejo sentado bajo el porche de una caseta derruida dormitaba a la luz amarillenta de una bombilla a punto de fundirse. Lleno el tanque de gasolina y se dirigió a la cafetería, la puerta rechino con su entrada al igual que los tablones del piso que parecían haber sido reparados a medias. Una señora gorda y amable le sonrio ¿Qué te ofrezco querida? Pregunto con tono empalagoso, tengo café y pastel solamente, tal vez una cerveza o un te pero no mucho mas, como ves no hay mucha gente por aquí. Café, respondió escuetamente Elle, y se sento en la única mesita que tenia el lugar. Mientras tomaba su café recordó varios nombres que cruzaban su memoria fugazmente, la verdad es que no quería recordar nada asi que bebió rápidamente de esa taza vieja y despostillada mientras un camión atravesaba lentamente el la carretera. Pago y salió y en el cielo creyo ver una estrella fugaz. No lo sabia con seguridad. Arranco el auto y salió nuevamente al camino. Todo era un continuo sin sentido, la carretera era siempre la misma, una larga línea recta que se perdia siempre el horizonte como si nunca pudiera ser alcanzada. A medida que avanzaba veía cada vez menos carros, atravesó un pueblo minero abandonado. El olor añejo y abandonado de las viejas casas de adobe se permeaba en todo el aire de la zona, algunos cerros avejentados por la deforestación ofrecían sus laderas a algunos cactus y magueyes solitarios. La radio no respondia ya a ninguna frecuencia y todo era el ronroneo constante del motor, las luces del coche sobre el camino y una infinidad de ideas que se iban en el viento que entraba por la ventana. El aire tierno y agradable acariciaba sus mejillas sonrosadas, era sin duda una mujer hermosa. A su lado un viejo veliz de cuero guardaba algunas de sus pertenencias, desconocemos su origen, profesión, edad y pasatiempos. Unos guantes de fina piel café se asomaban sobre el veliz, parecían muy antiguos pero bien conservados. Creyo escuchar el aleteo de algunas aves nocturnas pero no vio nada, a ratos la luna se esforzaba por entre las nubes para alumbrar un poco la noche moribunda. El odómetro media preciso el avance de la maquina sobre la tierra y avanzaba constante sobre el asfalto. La luz anaranjada del tablero parecía arder entre tanta ausencia. A medida que el vehicula avanzaba en un aparente camino sin fin cruzaban por su mente infinidad de ideas que se contraponían, que se columpiaban en su cerebro como en un jugueteo irritante. La noche y el cansancio empezaban a hacer estragos, los parpados se hicieron mas pesados cada vez hasta que cayo dormida. Al despertar se encontraba en un glorioso amanecer en la orilla del mar del océano pacifico. Una playa virgen y única la recibia y el oleaje y la sal marina lo adornaban todo. Ya no había mas sangre, ni dolor ni miedo. Y el sol matutino la bañaba con una calidez inexplicable que jamás había sentido en este mundo.

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